Oídos y monedas
Contaron las últimas monedas, sirvieron el café negro y se empacaron en el estomago un par de panes para que el camino se hiciera más liviano, para despedir el hambre y preparar el encuentro nada planeado con los señores que daban el pago, los mismos que arrebataban la tranquilidad familiar sembrando funciones escuetas entre palabras vacías.
Los atajos entre los matorrales no se hacían más cortos sólo por ser familiares, el tiempo pasaba su factura y la sed hacía su llamado.
¿Cuántas veces por el mismo camino? La escapatoria era ineludible, debían pasar por encima del patrón, sacar las joyas y hacerse con otra vida.
Olvidemos las mezclas de historias y contemplemos lo que el presente tiene entre el deficit de atención y el regaño matutino.
El que tenga oídos para oír, que entienda.
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