Me envolvería la tristeza -acaso existan sentires- si el mundo claudicara sin más, si los cielos se cerraran a la luz, si las voces coloreadas de tinta neuronal dejaran de llegar a estos oídos de odios lisérgicos, y si la mirada perdida de quien me acompaña terminara de vigilar mis movimientos.

Bajarme, no quiero; la entretención del aliento no es profesión para alguien que disfraza los "ictus" de silencios y los movimientos con nombres italianos de danzas que ya nadie baila. Nací para moverme, nací para entretener a las cortes por un pago que no es mi pago, nací para pisotear anaqueles empolvados, nací para ser inmortal pero es justo la mortalidad lo que me mantiene viviente. Y entre muertos... ¿Qué me espera?

La utopía que predico tambalea sin un mundo físico, he besado la grandeza de un mundo espiritual pero la nostalgia de mi utopía merece un rinconcito, uno entre leyendas de patio y conversaciones instrumentales; soy de piel y soy de huesos, pero alimento las ganas con acordes que disfruta -sin entendimiento- esa destinataria soñada que barrió los matorrales de mi conciencia. ¿A dónde iría todo eso?