Hambre
Habiendo nacido para trabajar, sería un contratiempo que abusaran del descanso. La mejor máquina es siempre la más capaz de trabajo continuo, con la lubrificación mínima y suficiente para no quedar trabada, alimentada sin excesos, si es posible en el límite económico de la simple subsistencia, pero sobre todo de sustitución fácil si se avería o envejece, los depósitos de esta chatarra se llaman cementerios, o bien se sienta la máquina en el portal, toda ella herrumbrosa y gimiente, a ver pasar, qué, nada, mirando sólo sus manos tristísimas, quién me vio y quién me ve. Generalmente, en el latifundio hombres y mujeres tienen regateado su tiempo de vida, nos asombra que alguno llegue a viejo, y mucho más cuando, pasando, encontramos a uno que a la vista parece un anciano y oímos decir que tiene cuarenta años, o esta mujer marchita y con la piel cuarteada que aún no ha cumplido los treinta, al final vivir en el campo no acrecienta la vida, son invenciones de la ciudad, como aquel repetidísimo refrán, Acostarse pronto y levantarse pronto da salud y hace crecer, tendría gracia verlos aquí agarrados al mango del azadón y los ojos en el horizonte a la espera del sol, o derrengados ansiando un anochecer que no acaba de llegar, el sol es un desgraciado, lleno de prisa por salir y tan poca por apagarse. Como los hombres.
Pero se van acabando los tiempos de la resignación…”
Levantado del suelo, José Saramago, Editorial Alfaguara
Sin más maquina que el azar, me encuentro (¿acaso me pierdo?) con los mismo textos, las mismas lecturas; son nuevas las letras pero el mensaje es el mismo... es como si el universo buscará entre sus confabulaciones y quisiera enlistar mi comunismo a sus horas, horas que no son mías, horas que hoy son de otros, horas que me exprimen tras una cuadricula con ínfulas de retícula.
Pasan los años, el patrón permanece intacto, sólo cambia la herramienta, sólo se transforma el canal.
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